miércoles, 26 de enero de 2011

Diamantes de conflicto... Diamantes de sangre

En algunas regiones del mundo, bajo condiciones durísimas de
supervivencia, miles de personas trabajan en condiciones infrahumanas
y de esclavitud para satisfacer el hedonismo de algunos, y financiar
las guerras de otros.

He aquí los diamantes de conflicto, definidos por la O.N.U. como
piedras preciosas extraídas de regiones - particularmente en el
continente africano - controladas por grupos rebeldes o facciones
político-militares no reconocidas internacionalmente, y en lucha
contra gobiernos legítimos. Esos diamantes sirven un doble propósito:
Satisfacer necesidades puramente hedonistas a precio reducido y
contribuir a financiar guerras. Los diamante se conflicto, diamantes
de sangre o diamantes sangrientos son extraídos por gente que trabaja
en virtual esclavitud y no recibe ninguna compensación por su tarea;
esos diamantes son comercializados por toda una cadena que parte de
los propios grupos armados que se encargan de la rapiña y termina en
toda clase de joyerías alrededor del mundo, gracias al mercado negro.
Esas fuerzas combatientes violan toda clase de convenciones en su
accionar, ya sea en el trato a los prisioneros, a la población civil,
a sus trabajadores e incluso en lo que respecta a la constitución de
sus tropas, pues es común que se efectúe el reclutamiento forzado y
lavado de cerebro entre niños de hasta ocho años de edad para
convertirlos en máquinas de matar. Países como Angola, Sierra Leona y
Liberia se convirtieron en el pasado en auténticos infiernos para una
importante parte de su población a causa de la minería ilegal y las
guerras civiles en las que dichos emprendimientos se involucraron.

En años recientes tanto las organizaciones internacionales como así
también las compañías dedicadas a la comercialización de piedras
preciosas, fabricantes de armamento, gobiernos y otros organismos
involucrados han realizado importantes esfuerzos para frenar la
extracción, distribución y venta de piedras preciosas provenientes de
semejantes fuentes, pero si bien se ha logrado detener en cierta
medida este contrabando, no se lo ha podido erradicar totalmente. El
problema es que vender diamantes aún en el mercado negro y a preciso
reducidos es un trabajo muy lucrativo, y más aún cuando su extracción
se realiza por medio de mano de obra intensiva y esclava, que no
representa ningún costo ni en salarios ni en equipamiento, pues los
métodos de extracción utilizados son primitivos y crudos, y ni
siquiera las sanciones en materia de tecnología y facilidades
financieras parecen funcionar bien en este caso.

Una de las formas en las que la comunidad internacional pretende
detener lo más posible el comercio de estos diamantes conflictivos se
denomina "Proceso de certificación Kimberley" o de forma más sencilla
"Proceso Kimberley", que esencialmente se basa en la colaboración
mutua de los estados y organizaciones participantes, cada uno de los
cuales debe garantizar pro separado que los diamantes comercializados
dentro de sus respectivas jurisdicciones son comprobablemente
legítimos. El esquema Kimberley también establece que los
participantes solamente pueden realizar transacciones en materia de
diamantes con otros participantes del tratado. El esquema funciona
pero solamente de forma parcial, pues la falta de infraestructura de
control y la corrupción han permitido que se filtrasen cantidades
importantes de diamantes de conflicto en años recientes,
particularmente a través de países como Malí y Ghana, donde son
"blanqueados" e introducidos en el mercado legal a través de
certificados falsos.

Otro de los problemas existentes reside en la naturaleza de la propia
industria legal de los diamantes, y es que se trata de una actividad
en la que por cuestiones de seguridad y la discreción que solicitaron
siempre los compradores legales y legítimos de este tipo de bienes, la
reserva y el secreto son comunes. Esta característica, naturalmente,
puede ser ampliamente explotada por los traficantes del mercado negro,
pero intentar controlar a la industria del diamante con mayor
supervisión oficial, por ejemplo, inevitablemente traería una
significativa retracción de la actividad legal que no necesariamente
tiene algo que ver con el tráfico ilícito y es por lejos, mucho más
grande que la ilegal, pero cuyos intervinientes, compradores y
vendedores no ven con ningún agrado que los gobiernos empiecen a
husmear en sus actividades.

Pero en definitiva y a la larga, la mejor manera de evitar este tipo
de actividades sangrientas, que ponen en riesgo la supervivencia y el
futuro de millones de seres humanos y que además contribuyen a
destrozar el medio ambiente consiste en ayudar al desarrollo de las
naciones que son víctimas de esta tragedia, así como de otras que son
producto del atraso.

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